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La alegría de tener un Padre Misericordioso

La alegría de tener un Padre Misericordioso

La alegría de tener un Padre Misericordioso

Un nuevo estilo de vida

“Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, serenidad y paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une a Dios y al hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados sin tener en cuenta el límite de nuestro pecado”. (Papa Francisco, “Misericordiae vultus” 2)

El papa Francisco ha anunciado el Jubileo de la Misericordia como tiempo propicio para la Iglesia, para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes en un momento en que la Iglesia vive un tiempo de nueva evangelización. Se trata de renovar la responsabilidad de ser en el mundo signo vivo del amor del Padre. Es una propuesta concreta a nuevo estilo de vida que sigue los patrones misericordiosos que proceden del amor del Padre.

El lema de este año santo es “misericordiosos como el Padre”. Todo un año para poner en práctica las obras de misericordia: dar de comer al que pasa hambre, acoger al forastero, asistir a los enfermos y visitar a los presos, dar consejo a quien lo necesite, consolar al afligido, corregir al que se equivoca, perdonar ofensas, rezar por los vivos y los difuntos.

Se pone otra vez el sacramento de la confesión en el centro de la vida cristiana. Porque permite vivir la grandeza de la misericordia. En el sacramento de la reconciliación Dios perdona todos los pecados con la mediación de la Iglesia. Acudir a la confesión será fuente de verdadera paz interior. Nuestra auténtica participación en el sacramento de la reconciliación nos introduce en una auténtica experiencia del Espíritu Santo, que nos identifica con la muerte de Cristo, lo que significa morir a nuestros propios pecados, a sus raíces, a las tendencias profundas del mal que está en nosotros y que tan sólo el Espíritu puede arrancar.

La celebración de este sacramento es un comenzar de nuevo perpetuo, un fortalecimiento de nuestro espíritu para ir más allá de nuestras debilidades y tentaciones. Es una experiencia que nos hace encontrarnos con el rostro misericordioso de Cristo.

Para ser capaces de misericordia, debemos colocarnos a la escucha de la Palabra de Dios. Esto significa recuperar el valor del silencio para meditar la Palabra que se nos dirige. De este modo es posible contemplar la misericordia de Dios y asumirla como propio estilo de vida, mostrando la auténtica alegría de quien ha reconocido que tiene por Padre al Dios misericordioso que le espera siempre con los brazos abiertos.

Fuente: P. Pablo Abreu, SDb, Boletín Salesiano.

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